(para todas, incluso las que no son madres)
Al cuidar de mí como madre
en una sociedad obsesionada por la mejor crianza de los hijos,
voy descubriendo la necesidad de engranar
lo que es mejor para mis hijos
con lo que es necesario para ser una madre bien equilibrada;
voy comprendiendo que ese dar incesante
se traduce en una entrega total,
y cuando una se entrega del todo a sí misma,
no es una madre sana ni es un yo sano.
Así pues, estoy aprendiendo a ser primero mujer y luego madre;
estoy aprendiendo a experimentar mis emociones,
sin quitar a mis hijos la dignidad de sentir también las suyas;
estoy aprendiendo que un hijo sano
va a tener sus propias emociones y características,
que son sólo suyas y muy diferentes de las mías;
estoy comprendiendo la importancia
de la comunicación sincera de los sentimientos,
porque la simulación no engaña a los hijos;
ellos conocen a su madre mejor de lo que se conoce ella misma.
Estoy aprendiendo que nadie supera su pasado si no lo confronta;
si no lo hace, sus hijos van a asimilar exactamente
aquello que ella está tratando de superar;
estoy comprendiendo que las palabras de sabiduría
caen en oídos sordos si mis actos las contradicen;
los hijos tienden más a imitar que a escuchar.
Estoy aprendiendo que en la vida ha de haber
tanta tristeza y tanto dolor como felicidad y placer,
y que permitimos sentir todo lo que nos ofrece la vida
es una indicación de plenitud y realización;
estoy aprendiendo que la realización
no se consigue entregándose totalmente,
sino dándose a una misma y dando a los demás.
Estoy aprendiendo que la mejor manera de enseñar a mis hijos
a vivir una vida plena no es sacrificando mi vida,
sino viviendo yo una vida plena;
quiero enseñar a mis hijos que tengo mucho que aprender,
porque estoy comprendiendo que soltarlos
es la mejor manera de retenerlos.
Por Nancy McBrine Sheehan.
Extracto del libro “Cuerpo de mujer, Sabiduría de mujer” de Christiane Northrup.
Imagen de Paloma
Ilustrada.