Cuando estamos plenamente presentes al escuchar, cuando hay
esa cualidad pura de receptividad, nos convertimos en la presencia misma.
Cuando estamos presentes al escuchar, está presente aquello
que puedes llamar Dios o la conciencia pura o nuestra verdadera naturaleza.
Al estar presentes cuando escuchamos el límite de interior y
exterior se disuelve y se convierten en un campo luminoso de vigilia.
Cuando estamos en esa presencia abierta, realmente podemos
responder a la vida que está aquí. Nos enamoramos.
Este estado de escucha es el precursor o el requisito previo
para amar en cualquier relación.
Escuchar en cierto modo es una posición muy vulnerable.
Tan pronto como dejas de planear lo que vas a decir o
dirigir lo que dice la otra persona, de repente, no hay ningún control.
Cuando dejas de controlar lo que dices o lo que va a decir
el otro te abres a tu propia tristeza, ira o malestar.
Escuchar significa sofocar control. No es una tarea fácil de
hacer.
El solo escuchar es un dejar ir el control. No es fácil y
requiere entrenamiento.
Sólo cuando podemos dejar de lado el control es que nos
abrimos a la verdadera pureza de amar.
No podemos entender a alguien cuando controlamos lo que
están diciendo o tratando de impresionar con lo que estamos diciendo.
Escuchar y recibir incondicionalmente lo que otro expresa,
es una expresión de amor.
Cuando se nos escucha y escuchamos nos sentimos conectados.
Cuando no estamos escuchando nos sentimos separados.
Así sea la comunicación entre las diferentes posiciones
políticas, religiones, etnias, grupos raciales o generaciones, tenemos que
escuchar.
Cuanto más escuchemos, más entendemos, menos tememos; menos
nos tememos, más confiamos y cuanto más confiamos, más amor puede fluir.
Para entender a cualquier persona, es necesario estar debajo
de ellos por un tiempo.
Eso significa que tienes que escucharlos y estar tranquilo y
disfrutar de lo que son, como si fuera de adentro hacia afuera.
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