Formar parte de un círculo lleva a formar parte de otros. Al
igual que los colonos de la antigua Grecia, que antes de abandonar su ciudad
natal acudían al templo y, del fuego que ardía en el centro del hogar circular,
tomaban brasas con las que encender el fuego del que ahora sería su nuevo
templo, y al igual que la muchacha recién casada tomaba ascuas del hogar
materno para encender la lumbre en su nueva casa, cualquiera que haya formado
parte de un círculo sagrado puede llevar ese espíritu así como ese arquetipo y
ese campo morfogenético a un nuevo
círculo o a otro aspecto de su vida.
Tal vez te pongas en movimiento y formes un círculo nuevo, o
sin moverte pongas en marcha un segundo círculo; quizá al hablar de tu círculo
con una amiga hagas que se sienta inspirada y sea ella quien cree un nuevo
círculo de mujeres, o es posible que mientras lees este libro decidas que
quieres participar en uno. La propagación de los círculos se asemeja, por
tanto, al modo en que se reproducen las fresas, cuyos tallos rastrean la tierra
sembrándola de estolones que se convierten en futuras plantas, y éstas un día,
a su vez, crearán iodo un campo rebosante de estas frutas.
Los círculos de mujeres se forman de uno en uno, y cada uno
logra que la experiencia de haber estado en un círculo se expanda a otras
mujeres, ya que cada mujer, a la que un círculo ha ayudado a cambiar, lleva consigo
esa experiencia al mundo de sus relaciones. Y será así hasta que, finalmente,
un día nazca un nuevo círculo que será el millonésimo círculo, el decisivo, y
que iniciará para la humanidad la era post-patriarcal.
Extracto del libro “El millonésimo círculo” de Jean Shinoda
Bolen.